Ya sabéis todos, conocidos, de mi amor por el género epistolar. Una vez más, me gustaría enseñaros una de mis creaciones. Espero que la disfrutéis.
18 de julio 1842
Querida amada:
Aquí, sentido en el puño y corazón en la mano, me encuentro en el camarote que me volverá a traer la tristeza que intenté abandonar aquí hace ya bastante tiempo. Aún a veinte millas del puerto de Cádiz, las primeras luces del alba irrumpen en mi mundo y, si miro por mi pequeña ventana, puedo divisar ya, a lo lejos, cómo las Nereidas terminan de jactarse de su belleza por esta noche, creyendo que son las más bellas realmente, cuando Andrómeda es la que de verdad la que domina el firmamento. La angustia, los nervios y la incertidumbre por el devenir me han permitido disfrutar de escasos duermevelas estos días. Ojalá ahora, en este preciso momento, mientras me encuentro pintando de negro cuartillas en blanco con pensamientos inútiles hacia ti, dejasen de penetrar los rayos de luz por la minúscula ventana y pudiese evitar el encuentro con mi destino, tu reencuentro.
Nada menos que diecisiete años han pasado, diecisiete, desde que te dejé atrás y hube de partir, no sin antes haberte dejado y regalado mis lágrimas. Sí, diecinueve años desde que me arrancaron el alma y, ahora, cuando tengo la posibilidad de recuperarla, ¡cuánto quisiera volver a atrás y abandonarla! El destino, sin embargo, con sus garras me acecha, y no me abandona, y yo corro, y sigo corriendo, pero se comporta como mi sombra; si lo persigo, me huye, y si le re rehuyo, me persigue.
Rondaba el año 1823. Sí, lo recuerdo bien… qué penoso el día aquel en el que los Cien Mil Hijos de San Luis finalmente entraron en Cádiz arrasando todo cuanto encontraron a su paso. Mataron, asesinaron, robaron y violaron… torrentes de sangre fluían por las calles gaditanas mientras Fernando seguramente se estaba burlando de todos nosotros, los inocentes que sólo queremos una España mejor. El liberalismo pero, ante todo, el pueblo español, volvía a perder, y todos los esfuerzos del Coronel Riego se convertían en simples anécdotas que los colegiales tendrán que estudiar dentro de algunos años. ¿Por esto casi me desangro y puse mi vida pendiendo de un hilo? ¿ Por esto luché yo en la Guerra de la Independencia? ¿Para que entonces volviese Fernando, con su carita de nene bueno y echase por tierra todas las reformas que tantos deseábamos y por las que habíamos luchado y sudado mares? Sólo quedaba resignarnos a la triste y cruel realidad, y aceptar que el dichoso absolutismo había vuelto a derrocar a la voluntad popular, al pueblo, a las gentes. Otra vez el rey había pisoteado al pueblo y, con ello, volvió a destrozar centenares de vidas; había roto a familias, robado almas y escupido en los espíritus de aquellos que dieron su vida por su patria. Yo, por ser simpatizante al sistema, por tu culpa me vi obligado a abandonarte a ti y a mi Cádiz natal, mi Cádiz querido, y con él mi vida: mi familia, mi pobre madre incluida, que envuelta en lágrimas vino a despedirme al puerto, pidiéndome que por favor no me olvidase de ella; mis amigos, mis cosas, pero también dejé mis libros, que tanto conocimiento del mundo me habían dado, y mis discusiones filosófico- literarias los sábados por la tarde… ¡aún soy capaz de arrancarme a mí mismo una sonrisa cuando pienso la cara que puso Bohl de Faber cuando me atreví a discutirle que el teatro de Calderón no era tan bueno como a él le parecía! Y también cuando recuerdo la endiablada belleza de su hija Cecilia, que curiosa se asomaba detrás de la puerta del salón intentando aprender algo de nuestras conversaciones! «Escribir es cosa de hombres…» me solía repetir y yo me reía… ¡Ay! ¡Cuanto deje aquí! ¿Y cuánto de lo que dejé me estará esperando ahora? No son más de dos horas las que nos quedan para llegar a Cádiz y mi corazón parece querer estallar en mil pedazos. El solo pensar en cómo estará todo, después de tanto tiempo, levanta un suave pero placentero cosquilleo en mi interior y me hace querer morir, parar el tiempo con mis manos, cambiar el mundo con mis palabras.
Si ahora levanto la cabeza, y miro por esa ventana que cada vez me parece más grande, ya diviso a lo lejos mi tierra, contemplo a lo lejos sus suaves curvas, viendo como ya me espera con sus brazos abiertos, sonrisa en la boca y fulgurante en la mirada… de tu mano, la mano de su madre…. ¡traicionera España y maldita Andalucía! ¡Dichosa tú, que con tu belleza incitas que en tus tierras el viento del diablo sople y se paseen los males! ¿ Por qué permites que sobre ti llore Verónica y caigan sus males, impregnándose de maldad tus plantas y que en ti crezcan prados llenos de rosas blancas como la inocencia, pero llenas de puntiagudas espinas? ¿ Por qué lo permites, por qué? ¿ Por qué permites que te envenenen y marchiten la flor de tu pureza? Lo has pasado mal, lo sé, pero no comprendo por qué aún permites que te hagan cosas tan terribles… ¡Despierta de tu dulce letargo! A pesar de tu traición, España, aun te quiero. Pero, sin embargo, en tu castigo cada día me tenía que convencer a mí mismo que esas emociones que tú un día conseguiste despertar ahora no iban a quedarse dormidas, que mi amor por ti sólo estaba entristecido y atontado por la neblina de la nostalgia y el recuerdo, empapado con la memoria y el recuerdo.
Tenía que convencerme a mí mismo que sólo estaba bostezando. Yo, en mis sueños, te hablaba de nuestro reencuentro, y te susurraba que el binomio distancia y el tiempo que existía entre nosotros no importaba, que yo seguía unido a ti, en comunión con tu alma y espíritu imperial. Ibas y venías sin esfuerzo, arropada por la fuerza del viento y encomendada a la protección de Céfiro, a mi memoria, y te pasabas horas y horas entreteniéndome con tu dulce vaivén y dándome que pensar… ¡pero qué ingenuo fui al pensar que eras real, cuando solo eras una simple percepción, un vano fantasma de niebla y luz que acechaba mi fantasía y luego mi imaginación! Tu siempre tan juguetona… ajena a los sentimientos y al daño que haces inconscientemente, enredándote en la vida de la gente y enamorándolos, después deleitándolos con tu extraña belleza y resquicios de aquella época de esplendor que fue pero que ya no es. Ahora ya tus cabellos comienzan a estar cubiertos del color de la nieve… ya no eres lo que fuiste en épocas pasadas. Tu juventud se cansó de ti y te abandonó, pero la belleza sigue contigo… ya veo que Afrodita sigue siendo tu amiga. Ya alcanzaste el cenit de tu esplendor y ahora llega el bello ocaso, tu magnífica decadencia. Envejeces, no lo niegues, y comienzas a perder la vitalidad que poseías en tiempos pasados… eres más débil, y tu debilidad la intentas esconder detrás de manos rígidas para disimularla, como las de Fernando. ¿ Qué fue de aquellos tiempos cuando Carlos I majestuoso cabalgaba jactándose de lo preciosa que eras, golpeando los tambores de tus tierras? ¿ Y del afán de Felipe II en hacerte más y más regalos, siempre buscando tu felicidad? ¿ Por qué ya nuestros gloriosos cañones no resuenan en la distancia y sólo se escucha el atronador eco temporal de los barcos británicos disparando hacia nuestros navíos y destrozando maderos, para que después sus astillas se clavasen en el pecho de nuestros marineros? Navegando por esta agua, donde tantos desastres han ocurrido para ti, gloriosa patria, es inevitable recordar aquellas tragedias que, realmente a todos nos clavaron alguna astilla en el corazón… ¡Ay, Trafalgar, cuyo nombre está condenado al eterno llanto! ¡Ay, San Vicente, testigo tu gloriosa caída y decadencia!
Cada vez te veo más cerca y más bella, más concentrada en tu tarea de que me vuelva a enamorar de ti, de volver a soplar esa vela que, a punto de apagarse ya, con la ayuda de Belerofonte, que vuelve a montar a Pegaso, se reaviva y se vuelve más fuerte. Luché contra tí en América, y me alegro de ello, pero a la vez me apena. Ya no puedes mantener a tus hijos americanos, deja que izen las velas y partan déjalos, que ya son mayores… confía en ellos igual que ellos confían y confiaron en ti! Sus ansias de independencia ahora son demasiado fuertes y el protegerlos ya no puedo reportarte ningún bien. Déjalos navegar, igual que tu navegando los recogiste. Preocúpate de lo tuyo, que ya tienes bastante, y deja que ellos se preocupen de lo suyo… que Simón Bolívar, Miranda, San Martín y compañía finalmente consigan lo que quieren. El intentar mantener tus colonias en América no es más que una manera de seguir hundiéndote en la miseria, de caer más bajo aún, hasta encontrarnos en la puertas del infierno… Sí, no te rías ni te sorprendas al recoger estas lágrimas que ahora se deslizan por mi mejilla. Son mías, y no siento ningún pudor ni vergüenza en reconocerlo. No me importa, al fin y al cabo son culpa tuya. Quiero que te las lleves lejos, muy lejos, tan lejos como me llevaste a mí, y que con ella humedezcas los labios de otra persona que sedienta, como yo lo estaba, aún espera tus caricias, tus fuerzas, que le regales un poco de esperanza, para que no dejen de luchar por España, por ti, porque yo ya no puedo. Lo he intentado una y otra vez, pero hay algo que falla… por tu bien luché en América, por ti nadé en ríos de sangre y vi a compañeros morir ante mis ojos luchando en Bailén. Pero tú me lo agradeciste así, rechazándome, haciendo que me tuviese que exiliar en Francia e Inglaterra… ¡Dios quiera que me hayas perdonado, y que ahora que junto a ti vuelvo me acojas finalmente en tu seno y me dejes descansar en tu regazo hasta el final de mis días! ¡Acógeme en tus entrañas, ahora que hace poco todos recobramos la esperanza con el nacimiento de la dulce Isabel! ¡ Maria Cristina, haz de tu hija una gran mujer, capaz de enderezar el rumbo de este gran barco que ha perdido el norte y no sabe orientarse por las estrellas porque nadie le ha enseñado!
Ya nos quedan escasos quince minutos para llegara puerto, y parece que mi alma fuese a dejar mi cuerpo y huir de mi desencanto. Con un sabor agridulce el barco se adentra ya en la bahía y comienzo a recordar el día en el que tuve que salir de ella obligado… ¡Qué lejos quedaba ya aquello! Y el tiempo, sin duda, no había perdonado… ahora que ya podía divisar las casas blancas de cal a lo lejos. Echo de menos muchas cosas… ¿dónde estaban los niños que ansiosos esperaban las llegadas de los barcos para poder saludar a los viajeros? ¿ Nadie retiene aquello en la memoria o acaso ya tan pronto ha caído en el profundo pozo del olvido? Cierto que pensaba que todo habría cambiado, pero no tanto… la dura realidad me embiste como un toro de raza pura y no me queda más que resignarme a la realidad, la cruel realidad. Atrás, perdidos ya para siempre, en el libro del olvido han quedado escritos mis paseos por el puerto en busca de tranquilidad, las tardes que pasaba sentado en la butaca de mi abuelo leyendo un libro tras otro, mis noches de escritura debatiéndome entre sentimientos de amor hacia mi diosa de turno, o incluso las charlas con Bohl de Faber… ¡cuánto quisiera poder demostrar a ese insensato lo estúpido que resulta el teatro de Calderón y la verdadera belleza escondida entre las aventuras que narra Homero!
Sí, lo echo de menos… pero ahora todo ha cambiado ya, todo queda atrás, irrecuperables son aquellos momentos, y a la gente como yo sólo nos queda intentar retener en la memoria todos los recuerdos que aún conservamos y que no quiero perder por nada del mundo. Retenerlos, mimarlos y cuidarlos, acariciarlos de vez en cuando, desempolvarlos de la sutil capa de nostalgia que los envuelve, disfrutar de ellos como un juguete roto que acaba de ser arreglado, pero siempre intentando que ello no se convierta en obsesión. Vivir y soñar en la nostalgia supone arriesgarse a perder el futuro y que se nos escape el presente. Adaptarnos y amoldarnos es nuestra mayor virtud, y por ello en momentos como este he de resignarme a aceptar el presente y concienciarme de que el lago de mis ilusiones que tú mantenías se ha secado y el manantial de mis sueños no tiene más agua con la que alimentarme. El único camino posible ahora es soplar el polvo del idealismo que recubría el libro donde estaban escritas mis memorias por el paso de los años… sólo me queda mirarte, amada, y sonreír melancólicamente al rememorar tantas noches pasadas en los últimos años, por las que en mi cabeza había desfilado ese único pensamiento, tan presente como entonces irrealizable, pero ahora real, en el que deseaba poder acabar mis días descansando en tu seno y en el calor de tus brazos, amada mía; apoyando mi cabeza en tu regazo y ayudándote a sentirte querida y respetada.
No quiero sentirme extranjero en mi propia patria. Espero que seas capaz de perdonarme, España, y que a mi persona traigas dichas sin fin con solo el privilegio de estar cerca de ti.
Tuyo por siempre,
José Joaquín de Mora
NOTA DEL AUTOR Jose Joaquín de Mora fue un escritor romántico nacido en Cádiz, famoso sobre todo por la polémica sostenida con Nicolás Bohl de Faber, a propósito de la modernidad romántica de Calderón (la «querella calderoniana»). José Joaquín de Mora destacó por la defensa de la estética neoclásica, que por entonces se vinculaba al liberalismo, mientras que los defensores de Calderón, en teoría «románticos,» se afiliaba a la política absolutista monárquica. El tiempo y, sobre todo, el exilio español en Inglaterra y Francia durante la «ominosa década» (1820-1823) , disolvieron muchas dudas y confusiones: los románticos establecieron su sistema estético y político, con el llamado liberalismo revolucionario, en toda Europa, ayudado por los grandes poetas ingleses como Byron, Shelley o Kyats, además de los franceses Hugo y Lamartine. José Joaquín de Mora conoció el sistema romántico con su exilio inglés y fue ferviente admirador de Lord Byron y de Scott, y se recuerdan, además de sus poesías líricas, la colección de leyendas y sus incursiones periodísticas. Su mentalidad romántica también se refleja en el hecho de que luchó por la independencia de las colonias americanas. Su actitud ante la vida, sus circunstancias y su visión idealista del mundo hacen de él uno de los autores más representativos de las primeras épocas románticas y uno de los mayores propulsores de este movimiento en la península.
(Primer Premio «Vicente Cañada Blanch» 2005 y Primer Premio «Certamen de Prosa Barberán y Collar» 2008)